Ricardo Velásquez Ramírez
Doctor en Derecho, Magíster en Derecho Constitucional 

El rol de los partidos políticos en una democracia es no solo el de participar en los procesos electorales para acceder al gobierno y conducir el Estado, sino el de actuar en el marco de los principios y valores que propugna la democracia, considerando que son vehículos para canalizar las demandas de la sociedad, teniendo como reglas la tolerancia y el respeto al adversario.

La democracia, por ningún motivo, propugna una guerra de adjetivos para descalificar al oponente, sino más bien busca la confrontación de ideas, propuestas y programas para que los ciudadanos y ciudadanas tengan algo que escoger y decidir con su voto. No se trata de una guerra de enemigos, sino más bien de una confrontación de adversarios políticos. Los partidos tienen el legítimo derecho de competir, pero también la responsabilidad de hacerlo con decencia.

Los partidos están llamados a fortalecer la democracia y a sus instituciones y no a debilitarlas. No se trata de que participen en política de cualquier forma, sino de un modo alturado y respetuoso. No se trata de servirse de la democracia, ni de quedarse en la idea de que solo es un procedimiento para acceder y ejercer el gobierno. La democracia, ante todo, es un sistema político y una forma particular de encarar el Estado; en consecuencia, una forma especial de organización y convivencia social, donde la dignidad, la libertad, la igualdad y la solidaridad son la esencia.

Si bien es cierto que la política es intensa y apasionada, ella no se debe quedar ahí. La razón debe acompañarla en todo momento y ser la brújula que le encamine a no apartarse de los principios que promueve la democracia.

La democracia tiene reglas que hay que respetar sin demagogia, arribismo ni oportunismo. No es cierto que en la política “todo vale”. Tratándose de la democracia, la política es un juego limpio y transparente, donde la injuria y el escarnio no tienen cabida. Para ser demócrata no solo hay que aparentarlo, si no hay que serlo de verdad.

En ese sentido, la democracia está en la obligación de estructurar un sistema de partidos con reglas claras, donde la formación de la militancia y de los propios líderes se dé con base en valores y prácticas democráticas, donde se garantice la renovación periódica de la directiva partidaria. Los partidos deberían ser un faro de proyección cívica y formación ciudadana, donde se formen los funcionarios del Estado con una solida ética pública, donde se asuma una postura vigilante para el respeto de la Constitución y los derechos fundamentales, donde se piense sobre la grandeza y prosperidad de la nación, entre otras prioridades.

Sin duda, en el Perú la reforma del sistema de partidos pasa por encarar esta problemática y por hacer que los grupos existentes se modernicen. Y también es necesario que se permita abrir paso a la creación de nuevos partidos, promoviendo e incentivando que los ciudadanos vuelvan a tener interés en la política y en los partidos.

 

 

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